Tapa Pensadores uruguayos.jpgDesde la prolífica obra como historiador de las ideas de Arturo Arturo, o la Antología del ensayo uruguayo contemporáneo de Carlos Real de Azúa,  hasta las necesarias y actualizadas panorámicas como Introducción al pensamiento uruguayo de Lía Berisso y Horacio Bernardo, nuestro país cada tanto se retrae sobre  sí mismo, saca las cuentas e identifica producciones: quiénes han pensado en el Uruguay, ya fuesen literatos o políticos, filósofos o educadores, o una combinación sabia de todas esas cosas.

Pero ante todo, es menester interrogarse qué han pensado todos ellos para iluminar caminos, señalar bloqueos, insinuar escenarios posibles. Pensadores uruguayos de Carlos Pacheco no trata sólo, por fortuna, de la filosofía en mero sentido académico o profesional. Es algo mucho más vital.

El problema reside a veces en que aquellos emprendimientos siempre persiguen un blanco móvil: el tiempo pasa. Es preciso cada tanto dar cuenta de los auténticos cambios de paradigma y los autores que los reflejan, sin dejarse seducir por efímeras modas culturales. Por eso es tan importante actualizar con rigurosas referencias las nuevas promociones de pensadores, además de mostrar bajo otra luz a los “fundadores” que quizás dábamos por  agotados.

Ese ejercicio periódico e imperativo de la cultura nacional hace recibir con las máximas expectativas este libro de Carlos Pacheco Pensadores uruguayos.  Y las expectativas son colmadas con creces. El autor usa su estilo pulcro, preciso y hasta finamente didáctico de escritura, unido a una base bibliográfica actualizada y seria. A los pensadores “clásicos” del Uruguay, José Pedro Varela, Pedro Figari, José Enrique Rodó, Carlos Vaz Ferreira, une alguien de aquellas épocas, algo olvidado o retaceado por la historiografía, pero importante: Domingo Arena. Y además adiciona cuatro pensadores más (son nueve en total), en un sentido abarcador del término, que sería difícil encontrar reunidos en un mismo libro, todos pertinentes, esclarecedores, profundos de distintas maneras: Carlos Real de Azúa, Alberto Methol Ferré, José Luis Rebellato y Ramón Díaz.

La única condición para leer entero este libro y luego tenerlo siempre a mano para consultarlo cada tanto, es tener la mente abierta y la inteligencia fresca. Porque Carlos Pacheco no se enreda por citar en cada línea tal cual paper publicado en tal revista para maquillarse de actualidad, o densificar la prosa con obesas bibliografías, sino que va al punto relevante siempre: ¿Qué legado ha dejado cada uno de estos autores? ¿Qué efecto transformador podría tener en nuestras vidas, o en la de la nación entera, el seguir en algún aspecto, en algún grado, algunas de las firmes recomendaciones de estos grandes de la cultura?

En los puntos donde en lo personal me distancio mucho del autor es en su perspectiva ideológica, tan acorde a los tiempos que corren. Las convicciones que lo animan constituyen, punto por punto, un historial de las cosas en las cuales yo creí en los años 90 pero ya me es imposible continuarlas creyendo: la supuesta espontaneidad de la revolución de los celulares, la concepción de base meritocrática que supone creer que los ricos lo son por su talento y los pobres son culpables de su propia pobreza, la “creatividad” de ciertos empresarios como justificación de su nivel económico y la limitaciones impuestas por las regulaciones del Estado, los peligros del gran temor del “asistencialismo” y la presunta destrucción de las iniciativas individuales por los subsidios estatales, el sufragio periódico como medio para que los ciudadanos apliquen su sabiduría en hacer alternar quienes distribuyen pero producen poco y quienes aumentan el PBI pero no lo reparten, etcétera.

No es el lugar aquí para contestar la fábula de la hormiga y la cigarra. Tampoco para hablar de las guerras imperialistas que sostienen todo el sistema a sangre y fuego, incluida la explotación del Congo para disponer del coltán tan necesario para nuestro móviles digitales. Coincido en que el populismo, si existiese, sería atroz. Pero cuando se apoya a hogares carenciados y se les exige contrapartidas, eso es sentido común, no populismo. Y si se subsidia al campo grande (eso subsidios no molestan ¿no?) pero no se le pega una buena tajada cuando se la llevan en pala, es de bobos. Al Uruguay se le exige la trazabilidad de su ganado. Pero la apertura económica destroza al empresario nacional que debe competir con productos generados con trabajo esclavo e infantil. ¿Sería populismo exigir no competir con la esclavitud? Estamos parados en paradigmas tan diferentes…

Un buen café y paciencia conmigo por parte de Carlos Pacheco para abordar estos problemas de varias pipas (en forma presencial) quizás nos permitiría llegar a La República de Platón, donde el mito de los hombres de metal le permitieron soñar con una sociedad futura dividida en clases sociales de modo aún más rígido que el de la Grecia de su tiempo.  Hoy la desigualdad se legitima o incluso se naturaliza con método más sutiles que aquellos.

Entretanto, nobleza obliga a reconocer los muchos méritos de este imperdible Pensadores uruguayos. Impecable el punteo de las páginas 36 y 37 sobre la reforma vareliana: generar un nuevo tipo de trabajador, alfabetizar en todo el territorio, atenuar desigualdades de sexo y raza, pacificar el país… Domingo Arena: el mero hecho de destinarle un capítulo ya es algo inusual y positivo. La página 58 me hace pensar si los abusos de algunos gremios no serían opacados por los cientos de ámbitos donde no es posible tener un gremio o de tenerlo es exponerse a ser despedido. Sé de qué lado estaría Arena.

Carlos Vaz Ferreira: no puedo hablar de Vaz sin conmoverme pero Pacheco logra además que uno le dé la razón con una amplia sonrisa porque el modus operandi de Vaz Ferreira es muy actual. Hoy tendríamos, sin duda, “el blog de Vaz Ferreira” (por la voluntad de no dejar caer lo pequeño, o desmerecer lo fragmentario, lo “fermental”).  En la página 85 no era necesario que Pacheco citase un texto mío, pero ya que estamos qué bueno coincidir en el rechazo de las guerras civiles fratricidas, y del horror de las guerras planetarias. Sigo pensando junto con Vaz y con Carlos Pacheco, que las guerras empiezan en la mente, en la confrontación que niega al otro su condición de humano: “Vaz Ferreira nos enseñó que muchas veces la violencia social nace de la mala comunicación, del mal uso del lenguaje” (Pacheco, 2018: 85).

José Enrique Rodó: está muy bien este capítulo. De todos modos, creo que descuida la actuación parlamentaria de Rodó,  que tuve oportunidad de rescatar en conferencias y artículos publicados. El 26 de mayo de 2017 el diario El País publicó una versión taquigráfica de uno de esos materiales con el título “Para ciudadanos jóvenes de todas las edades”. Hay versión digital disponible en la Web. Es menester consultar la edición de homenaje de la Cámara de Senadores de 1972, publicada con el título de Actuación parlamentaria y a la cual contribuyó decisivamente Jorge Silva Cencio -autor de la recopilación de las 984 páginas, de la introducción y las notas-. Este compilador operó con criterio de totalidad, abarcando los tres períodos en que Rodó fue diputado: 1902 a 1905, 1908 a 1911 y 1911 a 1914. Pero Pacheco logra proyectar a Rodó como alguien sumamente interesante de leer. Además, nos da una lectura moderada de Ariel que no deja de ser un texto anti imperialista porque le reconozca méritos a los EE.UU.

Pedro Figari: Pacheco resume algunos de los argumentos contra la pena de muerte. Me hubiera gustado que cargara más las tintas contra el derecho penal ineficiente por vengativo y torpemente represor. La idea de Figari no era solamente profesionalizar a la policía (eso suena a una lectura con intereses actuales). Muy bien el panorama sobre sus ideas pedagógicas y las ideas provocativas de Arte, estética, ideal. Por ejemplo, “la ciencia es arte” (Pacheco, 2018: 117).  “Una primera lección que nos deja Figari es que todos, no importa el oficio que desempeñemos, somos creadores” (Pacheco, 2018: 128). “Los ideales evolucionan, se amplían” (ibídem). “Una tercera lección  es que esto se aplica también a una comunidad. Un país es un proyecto. Uruguay es lo que sueña ser, no lo que fue” (opus cit., 128-129).

Es memorable el capítulo sobre Real de Azúa. En parte porque logra dibujar un pensador en evolución, desde su falangismo juvenil hasta su madurez de izquierda, si cabe el mote. Pacheco apela a valiosas publicaciones recientes, como el libro sobre Real de Valentín Trujillo. En el tramo final con que culmina cada capítulo, “Legado”, Pacheco afirma que “Si hay que pelearse y la pelea vale la pena, diría Real, entonces hay que pelear. Si lo que está en juego es serio y compromete nuestro futuro, no lo maticemos, no lo licuemos, no busquemos el consenso. Si hay una contradicción profunda en la sociedad uruguaya, no la disimulemos” (Pacheco, 2018: 153). Espero que no utilicen esos párrafos los auto convocados grandes propietarios, que les molestan los subsidios de las políticas sociales pero les gustan los que la sociedad les ha otorgado a ellos.

Alberto Methol Ferré: si yo tuviera que elegir un capítulo que justificase el conseguir el libro de Carlos Pacheco, sería precisamente el dedicado a Methol. Nadie que lo lea, y que luego lea a “Tucho” Methol Ferré, sale con los ojos mirando igual el mundo. Le nace a uno la capacidad de lectura geopolítica. La geografía adquiere sentido. Se torna humana y no solo económica o descriptiva. El catolicismo de Methol, su cercanía con Juan Domingo Perón, su adhesión a Luis Alberto de Herrera (que nada tiene que ver con el llamado “herrerismo” de hoy en día), su respetada producción como teólogo latinoamericano, todo lo que tiene que estar, contado rápido claro, aquí está. Excelentes los comentarios de Pacheco sobre El Uruguay como problema y Los Estados Continentales y el Mercosur. Los virajes políticos en cuanto a sus adhesiones muestran algunas líneas constantes. Es muy compartible lo dicho por Pacheco en la página 172 acerca de que “los mejores momentos del país coinciden con la aplicación de sus ideas (las de Methol), y los mejores ministros de Relaciones Exteriores fueron políticos formados en las ideas del Partido Nacional y de Luis Alberto de Herrera”.  Lástima que todos los grandes partidos de hoy, gobierno y oposición, jamás se atreverían a oponerse a la instalación de bases militares estadounidenses como lo hizo en su momento Eduardo Víctor Haedo, inspirado por Herrera.

Ramón Díaz: merece por cierto su capítulo y es oportuna la precisión “El liberalismo es un tema difícil de analizar, porque hay varias visiones” (Pacheco, 2018: 177 y ss.) Luego Pacheco distingue el liberalismo económico, muchas veces asociado a la derecha,  del liberalismo político, que puede y suele coexistir con un Estado dirigista y redistribuidor. Es muy justa la mención de Diálogo sobre el liberalismo, que expresa en parte esa dicotomía y que fue escrito por Ramón Díaz junto al partidario del liberalismo igualitario Pablo da Silveira (al menos por ese entonces), un refinado filósofo académico que no rehúye las arenas de la política y el compromiso. Para una próxima  edición, valdría la pena consignar el argumento del jesuita “Perico” Pérez Aguirre, en otro diálogo similar con Ramón Díaz, pero mantenido desde el lugar de alguien comprometido con una lectura social de los Evangelios: por razones de método y de honestidad intelectual, no se puede comparar un socialismo idealizado con las miserias concretas, reales, del capitalismo tal como es. Pero tampoco corresponde cotejar ambos modelos partiendo de un capitalismo estilizado, abstracto, que no funciona ni funcionó en ninguna parte jamás, con las miserias del socialismo real.

Si hablamos de un cura pasemos a otro, José Luis Rebellato: incluir a un ex sacerdote de talante revolucionario, teólogo de la liberación, jugado a vivir entre los pobres y a desconfiar de los grandes proyectos estatales que pueden llegar a inhibir la lucha de los más vulnerables por su propia  conquista de mejores condiciones de vida, muestra una vez más que aunque yo discrepe con Carlos Pacheco en su marco teórico tácito,  su espíritu de tolerancia es auténtico. Su apertura a los pensamientos más disímiles, su perspicacia sutil para  encontrar una parte de verdad en todas las ideas y pensadores, no es una declaración amigable más sino una estrategia enriquecedora para todos.

Como bien resume Pacheco estos nueve pensadores y este libro ineludible: “Uno priorizó la creación de riqueza. Otro la distribución de esa riqueza. Otro la educación, otro la estructura social del Estado, otro el buen diálogo público, otro la geopolítica, otro el espíritu de superación, otro la identidad nacional, otro la ética, otro las libertades individuales, otro la consolidación de las bases una nación, otro la juventud y otro…” (Pacheco, 2018: 225).

Culmina el autor con un afán que a esas alturas seguramente habrá contagiado al lector inquieto: “Es mi deseo que sus ideas nos impulsen –a todos- a construir una versión mejor de nosotros mismos: a construir una mejor versión del Uruguay como país”.  Yo le pondría la firma debajo.

PENSADORES URUGUAYOS. Nueve pensadores y su legado para el Uruguay del futuro, por Carlos Pacheco (2018). Montevideo: Ediciones B.


Quizás pueda llamar la atención que en un blog dedicado a epistemología y temas de CTS se incluya una reseña más vinculada a la sociedad que a la ciencia y a la tecnología. Pero en realidad dar cuenta de las correntadas que baten las polémicas históricas del Uruguay hasta el presente, ocuparse de políticos y educadores, literatos y religiosos, no es más que asumir que es en ese suelo nutricio es donde se construye el conocimiento riguroso que llamamos ciencia y donde se producen las tecnologías que deben ponerse al servicio de la gente, aquí o en otras partes.

Aquí reproducimos la versión original completa  del artículo.  Una ligera pero sustancial abreviación de este texto fue publicada en la revista Relaciones según se detalla en las líneas siguientes.

FUENTE: COURTOISIE, Agustín (2018). Reseña en Revista Relaciones, Nº 409, junio de 2018. Montevideo, pág. 28.

Más información: esta reseña fue motivo de comentarios por parte de especialistas como Agapo Luis Palomeque, que podrán encontrarse en este mismo blog en la entrada Sobre José Pedro Varela