La máquina de la justicia no es perfecta, en realidad falla demasiado a menudo. Y esa falla puede destruir vidas inocentes. La amenaza de la pena capital no intimida. Al contrario, llama a la admiración de los que la han enfrentando con valor. La pena de muerte nunca ha servido para disminuir los crímenes en ninguna parte del mundo. Las estadísticas de largo plazo amparan ese aserto, de modo concluyente.  Por si no bastara, en la mayoría de los casos el delito proviene de la misma sociedad que se declara ofendida, pero no da chances a todos de leer, de cuidar su salud, de tener un techo, de ser visible y digno a la vista de los demás.

Tales son algunos de los argumentos de Pedro Figari contra la pena de muerte y contra otras torpes medidas penales de mano dura, explicados con rigor analítico y frondosa evidencia empírica en la Conferencia del Ateneo (1903) y los Veintidós artículos de polémica publicados en “El Siglo”(1905), esas dos piezas que llevan el mismo ominoso título principal: La pena de muerte. Su propuesta es combinar dos soluciones, o no hay ninguna.

Contención: policía eficiente, centros de reclusión adecuados, aprendizaje de oficios, patronatos para la vuelta a la sociedad. Prevención: es la sociedad la que debe cambiar, ofreciendo a todos oportunidades más igualitarias y fraternas. De otra manera se tratarán los síntomas y no la enfermedad, que se agravará cada día.   Esas son las enseñanzas, de asombrosa vigencia, del uruguayo Pedro Figari, pintor de fama mundial, educador, abogado penalista, filósofo y elocuente adversario de la pena de muerte, de sensibilidad emparentada con la de grandes abolicionistas posteriores como Albert Camus y Arthur Koestler.

CONTRA EL ASESINATO LEGAL

Cuando el 23 de setiembre de 1907, bajo el gobierno de Claudio Williman se promulgó la Ley 3.238 y la pena de muerte quedó finalmente abolida, nuestro país contrajo para siempre una deuda con este inteligente humanista que aún nos interroga desde entonces, con su manera de reflexionar a la vez culta y pragmática, extremadamente racional pero sin perder jamás de vista la calidez de ciertos valores civilizatorios. Y no es que haya sido solamente Figari el padre de la iniciativa abolicionista, de la cual ya se había mostrado partidario José Batlle y Ordóñez. En realidad, era todo un espíritu de la época, un cierto clima social, que se inclinaba a favor de terminar con ese asesinato legal, pese a las polémicas con algunos destacados exponentes que deseaban mantenerlo. Pero fue don Pedro Figari, sin duda, quien mejor supo expresar y empujar a la vez el cambio de espíritu, al darle a la sensibilidad de su época algunos de los argumentos más contundentes que por entonces se podían concebir.

Los uruguayos podemos sentir orgullo al contemplar el panorama del mundo, más de cien años después de aquella civilizatoria conquista de nuestra legislación, pero también nos puede recorrer el alma un estremecimiento. Según informa Amnistía Internacional, existe una tendencia mundial hacia el fin de la pena de muerte, “a pesar de varios decepcionantes retrocesos en 2012”. La organización advierte que “algunos países que llevaban mucho tiempo sin hacer uso de la pena de muerte llevaron a cabo ejecuciones, entre ellos Pakistán, India y Gambia”, y que “los principales países ejecutores en 2012 fueron China, Irán, Irak, Arabia Saudí, Estados Unidos y Yemen, por este orden”. (Amnistía Sección Española, “A”, 2013)

Inquieta comprobar ciertas sospechas de cualquier ciudadano común: “China siguió siendo el país del mundo con mayor número de ejecuciones pero, debido a la falta de transparencia en torno al uso de la pena de muerte en el país, volvió a ser imposible confirmar los datos para disponer de unas cifras verdaderamente representativas de la realidad de la pena capital en ese país”.

Por otra parte: “Los conflictos y la agitación continua en Oriente Medio y Norte de África dificultaron la evaluación de los acontecimientos relacionados con la pena de muerte en la región. Irán volvió a ser el máximo ejecutor de la región y el segundo del mundo, mientras que en Irak se observó un alarmante incremento de las ejecuciones, que prácticamente duplicaron la cifra de 2011. Como en el año anterior, Arabia Saudí, Irak, Irán y Yemen fueron responsables del 99 por ciento de todas las ejecuciones confirmadas en la región en 2012”.

La situación en América puede resumirse de este modo: “Estados Unidos siguió siendo el único país de América donde hubo ejecuciones, pero en 2012 se observó un avance imparable hacia la limitación del uso de la pena capital en el país y sólo se llevaron a cabo ejecuciones en 9 estados, en comparación con los 13 de 2011”. En cuanto a los métodos de ejecución de la pena capital: “En el mundo entero se utilizaron decapitación, ahorcamiento, inyección letal y fusilamiento”. (Amnistía, ibídem)

Continúa siendo oportuno, pues, recordar los principales argumentos de Pedro Figari, desarrollados tanto en la Conferencia del Ateneo de 1903, como en los Veintidós artículos publicados en “El Siglo” de 1905. Igual que en una gran obra musical, donde las mismas figuras melódicas vuelven una y otra vez, los razonamientos de Figari se repiten en nuevos planos más comprensivos, acumulando evidencias, cifras, aportes de múltiples testigos y reflexiones de quien fuera un fino observador de la vida en sociedad tanto como introspectivo.

Quizás el lector aborde de modo más confortable el territorio de Figari como abogado defensor de pobres y filósofo humanista, desplegado con brillo en las dos piezas compiladas en el presente volumen, si toma como si fuera un mapa rudimentario el esquema de cinco argumentos explicado a continuación.

Debe tenerse presente también que, por su parte, los partidarios de la pena de muerte esgrimen esencialmente dos argumentos a favor de la pena de muerte: a) La sociedad tiene el derecho y el deber de eliminar a sus miembros nocivos; b) Esta pena es el medio idóneo para hacerlo porque es “ejemplarizante” y permite prevenir crímenes futuros. Ahora estamos preparados para contemplar nuestro esquema de cinco argumentos utilizados por Pedro Figari en su conferencia de 1903 y en su polémica en la prensa de 1905.

1. LOS ERRORES JUDICIALES

Este argumento apunta a las documentadas fallas sistémicas. A lo largo de la historia se ejecutaron muchos inocentes y eso implica que los verdaderos asesinos quedaron libres. Por ejemplo, Figari relata el caso de Cándido Lucadamo: “No ha muchos años, un ratero, un tal Cándido Lucadamo, pocos días después de haber salido de la Cárcel Correccional, donde cumplía una pequeña condena, se trasladó a Buenos Aires. La noche anterior a la de su embarque había ocurrido un homicidio, en una de las calles apartadas de la nueva ciudad. No hallándose ninguna pista, la policía dio en sospechar a Lucadamo como autor de esa muerte; pero era imposible avanzar nada sin que volviera al país. Para hacer factible la extradición, la policía hizo declarar a dos sujetos como testigos presenciales del suceso. El infeliz fue extraditado, enjuiciado y penado a quince años de penitenciaría. Poco después fallecía. Falleció precisamente, en instantes en que varias personas, en antecedentes del hecho, hasta por indicaciones e informes de la misma policía que había motivado el error, nos aprestábamos para buscar un remedio a tal injusticia. ¡La policía había hallado al homicida, al verdadero culpable, y no podía siquiera, ni pudo naturalmente, presentarlo a la autoridad judicial!… En los países donde se ha investigado mucho al respecto, se han podido coleccionar por centenares los casos más lacerantes de error judicial”. (Figari, 1905, pág. 71)

2. LA EXPERIENCIA POLÍTICA E HISTÓRICA COMPARADA

Desde hace muchos siglos y en la mayor parte de los países del mundo, los criminales no son intimidados por la pena de muerte. Las estadísticas cotejadas con rigor, en el tiempo histórico y en el espacio geográfico, muestran con toda claridad que los homicidios no descienden allí donde se ejerce la pena. Al contrario, una vez que la pena capital es abolida, los crímenes descienden. Por ejemplo, citando a un autor italiano, Figari recuerda que luego de la abolición de hecho en 1876 en Italia la tendencia descendente fue palpable: “De los documentos estadísticos resulta, como lo hace observar la comisión del Senado en su informe, que de los delitos denunciados al ministerio público, los homicidios calificados desde 1879 al 86 representan una progresiva disminución, cuando se advierte que sumaron en: 1879, 1.861; 1880, 1.671; 1881, 1.523; 1882, 1.592; 1883, 1.444; 1884, 1.475; 1885, 1.401; 1886, 1.302. Los salteamientos, rescates y extorsiones en que interviene homicidio, también representan una disminución progresiva”. (Figari, 1903, págs. 38 y 39)

La historia antigua también es convocada a testimoniar en el proceso reflexivo de Pedro Figari: “Es creencia corriente, sin embargo, que el abolicionismo es una novedad, sin precedentes, y esto mismo hace que se le mire con recelo, como se mira todo lo desconocido. Ya mucho antes de Jesucristo algunos pueblos habían podido vivir sin infligir esta pena. (…) En Grecia, antes de Dracón, era menor la criminalidad, cuando regía la pena de deportación, según Lactancio. Tito Livio expresa que durante los dos siglos de la ley Porcia, que impedía dar muerte a un ciudadano romano, fue escasa la alta criminalidad en Roma”. (Figari, 1903, pág. 34)

La criminología de la época dividía zonas geográficas y culturales según sus tendencias delictivas. He aquí el panorama ofrecido: “Los criminólogos han dividido la Europa en tres zonas de diversa delincuencia de sangre, considerando el máximum, el medio y el mínimum que producen de ordinario.Se han clasificado así los Estados: De máxima: Italia: 96.9 / España: 76.7 / Hungría: 75.4 / Rumania: 40.4 / Austria: 24.4 / Portugal: 23.8.  De media: Suiza: 16.4 / Francia: 15.7 / Rusia: 15.2 / Bélgica: 14.4 / Suecia: 12.9 / Dinamarca: 12.4. De mínima: Irlanda: 10.8 / Alemania: 10.7 / Holanda: 5.6 / Inglaterra: 5.6 / Escocia: 5.0. Pues bien: en Estados de las tres categorías se ha ensayado y se practica la abolición, sin inconvenientes, cuando no con ventajas. Del primer grupo: Italia, Rumania y Portugal; del segundo grupo: Suiza y Bélgica; del tercer grupo: Alemania y Holanda. ¿No es esto un nuevo argumento que demuestra, cuando menos, la inocuidad del patíbulo para modificar la delincuencia de sangre? Estados de muy distinta complexión, de diversa cultura, de diverso clima, de distinta raza pueden practicar la abolición sin disminuir la seguridad de la vida de los habitantes; ¿no es esto una demostración concluyente respecto de que nada hace a la delincuencia el espantajo del patíbulo?” (Figari, 1903, pág. 42)

3. LAS EJECUCIONES NO SON DISUASORIAS

Una vez más, el estudio de las circunstancias concretas y los datos comprobables llevan a Figari a multiplicar los ejemplos de homicidas que habían contemplado ejecuciones públicas. El temor de la muerte asusta a los legisladores y a ciertas personas refinadas, no a la mente criminal promedio que planifica poco. Su temor se diluye al percibir como lejano el hipotético castigo: “En el Congreso jurídico de Gand, según refiere Rebaudi, se demostró que sobre doscientos condenados a muerte, ciento ochenta habían presenciado ejecuciones, es decir, un 90%. Berenger, por encargo de la Academia de Francia, hizo una investigación de este mismo género, obteniendo como resultado que la mayoría de los condenados a muerte habían asistido a ejecuciones capitales. Sidney Aldennan, en 1848 declaró en la Cámara de los Comunes que el gobernador de Newgate, Cope, ¡en su experiencia de quince años no había conocido un solo homicida condenado a muerte que no hubiera visto ejecuciones capitales!” (Figari, 1905, pág. 51)

Muchos años más tarde, Albert Camus repetiría sin saberlo los mismos argumentos de Pedro Figari: “según un magistrado, la inmensa mayoría de los criminales que había conocido no sabían, mientras se afeitaban a la mañana, que iban a matar a la tarde”. En ello se apoya Camus para sostener que la pena capital, entonces, no puede intimidar al que no sabe que va a matar, porque lo decidirá en un momento de pasión o conciencia alterada. Igual que Figari, también acude Camus a las estadísticas reveladoras: en 1886, en Inglaterra, de 167 condenados a muerte, 164 habían contemplado por lo menos una ejecución, experiencia que por lo visto no los aleccionó. (Camus y Koestler, 2003, pág. 123)

4. LA BÚSQUEDA DEL RECONOCIMIENTO

Todos los seres humanos desean ser reconocidos en su valía, todos pretendemos existir plenamente ante la mirada de los otros. La invisibilidad social es causa de vergüenza enfermiza y las más de las veces se troca en violenta iracundia. Aquellos que han estado más sometidos a humillaciones a lo largo de sus vidas, harán cualquier cosa, en cuanto encuentren la oportunidad, para ser reconocidos y reconquistar su honor, su orgullo, su propia estima. Estas “luchas por el reconocimiento” hoy en boga filosófica, parten de Platón, pasan por Hegel, y llegan hasta autores tan disímiles como Francis Fukuyama (1996), Charles Taylor (1997), Axel Honneth y Nancy Fraser (2006), entre muchos otros, como veremos más adelante.

Hoy en día, al igual que cada persona considerada en forma individual, reclaman también su derecho a participar con dignidad de la vida en sociedad movimientos que cubren un amplio abanico, desde los pueblos mapuche y los “sin tierra”, hasta los colectivos que exigen el respeto de sus cosmovisiones religiosas o de sus riquezas naturales. En lo concerniente a la pena de muerte, Figari lo expresa de este modo: “Como lo asevera el capellán de nuestra Penitenciaría, doctor Lorenzo A. Pons, nuestros paisanos son tan valientes que hasta van al banquillo como héroes. ¿Qué se dirá de los candidatos al crimen, que apenas logran concebir mentalmente que les puede tocar un día imitarlos? ¿Qué efecto recomendable puede esperarse, pues, de ese espectáculo del fusilamiento con que se paga la ávida curiosidad de nuestros campesinos? En la campaña, no será por el miedo por donde puede hacerse penetrar la civilización. El valor es allí la obsesión dominante. Se hace escuela y culto de esta virtud primitiva. Desde niños se acostumbran a afrontar la muerte, sonriendo. Su estoicismo no tiene límites. La mayor injuria que se les puede dirigir es la de imputarles cobardía; el mayor elogio, es reconocer su valor. Todo lo demás no alcanza a equivaler a aquella suprema virtud: el valor, el valor llevado hasta el desprecio completo de la vida”. (Figari, 1905, pág. X)

No parece exagerada la conjetura de Figari, acerca de que la pena de muerte quizás estimule a cometer crímenes: “Ocurre indagar ahora si en vez de un freno para reprimir el crimen, no será más bien un estímulo el patíbulo, para azuzarlo”. (Figari, 1903, pág. 41) Hoy el estímulo no reside en el patíbulo, o en el banquillo o en el paredón de fusilamiento, sino en la picota de los medios masivos. La omnipresencia de la crónica roja alarma a los ciudadanos tanto como estimula secretamente a aquellos que desean que de ellos se hable, al menos alguna vez.

5. EL ORIGEN DESIGUAL

La mayor parte de los criminales que van a parar con sus huesos a la cárcel, han tenido una niñez y una juventud harto desigual del resto de la sociedad observante de la ley, mientras que los delincuentes de guante blanco suelen eludir ese destino. La desigualdad no es solamente económica, es también desigualdad educativa y social. La desigualdad involucra un drama pleno de saturaciones simbólicas, que están en la base profunda de las luchas por el reconocimiento. Pedro Figari ya estaba en posesión de esa bandera formidable, la de la igualdad, particularmente, en el campo de la educación popular: “acaso no haya un factor más formidable de criminalidad que el analfabetismo”. (Figari, 1905, pág. 96)

Aunque la historia de la lucha por la igualdad hunde sus raíces en la noche de los tiempos, nadie como Rousseau para recordar con frescura la importancia psico-social de esa bandera. En nuestros días, el “liberalismo igualitario” de John Rawls ha reinstalado con vigor la discusión de la armonía de la igualdad con el otro principio rector de las democracias: la libertad. Además, estudios recientes han demostrado que en los países ricos pero desiguales, se generan más problemas sociales y de salud pública que en los países ricos con menor desigualdad, expresada como el cociente de la renta percibida alrededor del vértice de ingresos y la base de la pirámide social. La convicción de que el factor más relevante de la seguridad ciudadana pasa por la baja de la imputabilidad, el incremento represivo policial y el envío a la cárcel de más delincuentes, no tiene fundamento empírico alguno. Por ejemplo, son datos aplastantes y no controvertidos que EEUU esgrime la pena de muerte y poderosas instituciones de seguridad en varios niveles y, pese a ello, desde hace décadas posee una tasa récord de homicidios y una altísima población carcelaria. Se ha sostenido que la inequitativa distribución de renta es un eficaz indicador de malestar social y en el contexto de los países más ricos, EEUU es uno de los países más desiguales del mundo. Los países comparativamente más igualitarios, como Noruega, Suecia y Japón, obtienen  resultados  sociales mucho más armoniosos, incluida la seguridad. (Wilkinson y Pickett, 2009)

Volviendo a las palabras de Pedro Figari: “Nos dan qué pensar los cuadros estadísticos que acusan por cada cien delincuentes unos 85 o 90 analfabetos y gentes que apenas deletrean. ¿Es justo, es noble, es digno abrirles una escuela, su única escuela, en el banquillo de ajusticiar?”. (Figari, 1905, pág. 85)

Obsérvese que en este esquema de cinco argumentos, unos complementan o refuerzan a los otros. Por ejemplo, el cuarto, referido a la búsqueda del reconocimiento, refuerza el tercero, referido a la debilidad disuasoria de la pena capital: los más humillados no se intimidarán por una pena remota que de llegar algún día los colmaría de gloria, en su percepción idealizada. Y el quinto, referido a la desigualdad económica, social y educativa, exacerba las luchas por la conquista del honor y la dignidad, que ocupan el cuarto argumento: aunque no más sea de modo simbólico, a quienes nada tienen, les queda el valor y la violencia como una forma de hacerse respetar.

Ignorar toda esa complejidad proponiendo rústicas medidas represivas, es volver a la lógica de la venganza. La identifica en estos términos nuestro autor: “Parece que la humanidad cediera a las fascinaciones de la vindicta, más bien que al propósito de su conservación. La persistencia con que a través de los tiempos, ha guardado ese instrumento de muerte, a pesar de su inocuidad; la resistencia con que se encuentran las tendencias abolicionistas, parece que acusara ser este suplicio una válvula de escape a los placeres de la venganza, más bien que acto de convicción, reflexivo, sereno”. Las deficiencias de esa primitiva lógica de la venganza, parecen ser las mismas que padecen muchas exigencias represivas. (Figari, 1905, pág. 40)

No en vano Arthur Koestler, por su parte, con espíritu afín al de Pedro Figari, advertiría décadas más tarde: “En el fondo de cada hombre civilizado se oculta un hombrecito de la edad de piedra, pronto para el robo y la violación, y que reclama a grandes gritos un ojo por ojo. Pero sería mejor que ese pequeño personaje cubierto con pieles de animales no inspirara la ley de nuestro país”. (Camus y Koestler, 2003, pág. 104)

 


Este texto es una versión condensada del estudio preliminar  de La campaña contra la pena de muerte de Pedro Figari, Serie Edición Homenaje, Volumen 55, Ministerio de Relaciones Exteriores, Consejo de Educación Técnico Profesional, Universidad del Trabajo del Uruguay, SUAT, Montevideo 2013. Fue publicada en Relaciones N° 351, Agosto de 2013, pp. 3-5, con el título de “Pedro Figari, humanista”.   

La inclusión en Ciencia kiria de este análisis de las ideas de Pedro Figari en relación al derecho penal, se debe al uso de la estadística comparada, algo poco frecuente en su época, y a las nociones provenientes de las teorías criminológicas, que incorporan argumentos de la psicología tanto como de las ciencias sociales. Todo abordaje de intención rigurosa, con sutilezas propias de la metodología  científica debe ser atendido, aún en sus formulaciones más tentativas, o pioneras.

 

REFERENCIAS

AMNISTÍA INTERNACIONAL. Sección Española (2013). A) En el mundo: http://www.es.amnesty.org/temas/pena-de-muerte/alarmante-indice-de-ejecuciones/B) En España http://www.es.amnesty.org/temas/pena-de-muerte/espana-y-la-pena-de-muerte/

CAMUS, Albert; KOESTLER, Arthur; BLOCH-MICHEL, Jean (2003).La pena de muerte. Emecé Editores. Buenos Aires. Trad. Manuel Peyrou. Publicación original: Réflexions sur la peine capitale (1960).

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COURTOISIE, Agustín (2012). “Rousseau a los 300. Pensador vigente” en El País Cultural, 7 de setiembre de 2012. Disponible: http://historico.elpais.com.uy/suple/cultural/12/09/07/cultural_662193.asp

FIGARI, Pedro (1903). La pena de muerte. Conferencia leída en el Ateneo de Montevideo por el doctor Pedro Figari, el día 4 de diciembre de 1903. Imprenta “El Siglo Ilustrado”. Montevideo.

FIGARI, Pedro (1905). La pena de muerte. Veintidós artículos de polémica publicados en “El Siglo”, de mayo 9 a junio 21 de 1905. Cámara de Representantes. Imprenta “El Siglo Ilustrado”. Montevideo.

FIGARI, Pedro (1960). Arte, estética, ideal. Prólogo de Arturo Ardao. Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social. Biblioteca Artigas. Colección Clásicos Uruguayos. Volúmenes 31, 32, 33. Tomos I, II y III. Montevideo.

FIGARI, Pedro (2006). El crimen de la calle Chaná. Vindicación del Alférez Enrique Almeida. Exposición de la defensa a cargo de Pedro Figari, Abogado. Edición facsimilar de homenaje del Ministerio de RREE y UTU, a partir de la edición original de 1896 de la imprenta Artística y Librería de Dornaleche y Reyes. Montevideo.

FRASER, Nancy; HONNETH, Axel (2006) ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate político-filosófico. Morata. Madrid.

FUKUYAMA, Francis (1996). Confianza. Las virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad, Atlántida. Buenos Aires.

SANGUINETTI, Julio María (2002). El Doctor Figari. Ed. Aguilar – Fundación BankBoston. Montevideo.

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WILKINSON, Richard; PICKETT, Kate (2009) The Spirit Level: Why more equal societies almost always do better. Allen Lane – Penguin Books. En español: Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva. Turner. Madrid. 2009.